Hoy, después de pensarlo un poco (solo un poco, por la obviedad), he llegado a la conclusión de que parte de este caos sentimental radica en que he visto demasiadas telenovelas durante toda mi vida.
Empezando por 'Candy Candy' y 'Mujercitas' (novelitas camufladas en dibujos animados) hasta cualquier bodrio brasileño, venezolano o colombiano o de donde sea que se cruce por mi televisión entre las nueve y las doce de la noche. Bueno, es cierto que la televisión ecuatoriana tiene su parte de culpa, pero acepto mi parte, mi gran parte.
Las telenovelas... Te llenan la mente de fantasías absurdas y te hacen creer que existen cosas que en realidad no existen, por ejemplo el amor.
Siguen la fórmula del cuento clásico: un sujeto, el héroe (la heroína, en el caso que nos ocupa, es decir la princesa o la pobre huérfana o ciega o lisiada o desmemoriada o bruta o lo que sea) busca un objeto (el amor, la felicidad, estabilidad, una familia, casi siempre todo esto encarnado en el príncipe, todo él rico, guapo, inteligente, caballero, en fin, imposible) y para lograrlo cuenta con ayudantes (la nana, el abogado bueno, los amigos de verdad verdad) y oponentes (la bruja mala, las hermanastras, el papito ambicioso).
Mientras dure el periplo por conseguir el objeto, nuestra heroína deberá pasar por innumerables penurias que la convertirán de boba o pobre en una mujer totalmente distinta, merecedora absoluta de todo lo que ha querido lograr. Bueno, también ayuda siempre el descubrir que se tiene un padre rico o se ha heredado una fortuna invaluable.
En fin, volviendo a mi vida, repito que las telenovelas han influido demasiado. Han llenado mi cabeza de fantasías que no hubiera tenido de no haber caído en sus garras y haber preferido leer a Julio Verne o Alejandro Dumas cuando tenía siete años. Bueno, la cosa es que con todo ese bagaje de heroínas que encuentran al príncipe encantado vivo imaginándome estupideces.
He aquí un par de ejemplos ejemplos: llevamos viéndonos un poco más de un año y de una u otra manera podemos decir que somos amantes (bueno, dejémonos de romanticismos: agarre), sin embargo espero que algún día asome en mi puerta sobrio y me diga que no puede vivir sin mí, que después de haber desperdiciado su vida en whateverines sin gracia ha descubierto que soy la mujer de su vida, que me prefiere a mí. (Una musiquita cursi, grandes letras con la palabra fin y el esperado beso de amor).
Otro ejemplo: lo conocí hace una semana y me sentí absolutamente agradecida de que hubiera borrado de mi almohada el olor del otro (del de arriba, del agarre amante). Hasta sentí mariposas en el estómago, sí. Bueno, nos vimos un día más y descubrí que tenía una novia (la bruja mala, la amenaza oculta, el oponente) y el encuentro terminó en un piquito a la orilla de un taxi. Regresé a la casa con las mismas maripositas y una sonrisa de imbécil que se me burlaba desde el espejo del ascensor ('tiene novia, pero qué importa, estorba pero no impide). Nunca más llamó, no respondió más mis mensajes. Y yo sigo esperando, como fiel fanática de las telenovelas de las ocho, que cuando llegue a mi casa me encuentre con algún mensaje suyo, es más, que me lo encuentre a él y me diga que al final me ha preferido a mí. (Otra vez la musiquita cursi, el fin escrito en letras rosadas y el gran beso que sella la felicidad con silicona).
Y no más ejemplos, estas son las telenovelas que me estoy haciendo ahora y no me doy cuenta (o no quiero, porque darme cuenta sería apagar la tele y hacer cosas importantes) de que el amor eterno no existe, de que lo realmente importante de una historia es lo que sucede después de que el equipo de producción pone fin y los protagonistas se van a dormir en camas separadas.
Debería dejar este vicio y de una vez por todas apagar la tele y quemar cualquier cartucho que quede con historias 'románticas'. Debería, pero aún no sé si quiero, porque hacerlo implicaría vivir la vida que me ha tocado.
1 comentario:
yo soy igual... cinematográfica hasta el vómito. Pero lo que no sé es si en realidad todo eso es mentira o si no es para todos.
Me voy por la segunda opción. El amor existe, pero no es para todos.
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